El precio de una reforma integral del régimen sigue siendo mucho menor que el coste de no hacerla.
Los sistemas de muchos países árabes se están hundiendo o cayendo porque perdieron el camino hacia el futuro al tratar de vivir presos de su pasado. Cuando en julio del 2000 Bashar el Asad asumió la presidencia de Siria, prometió reformas y modernización, pero casi una década después no ha habido ningún cambio político sustancial, solo pequeños esfuerzos de liberalización económica.
Es posible que la situación interna sobre la que descansa el poder, los grupos del Ejército y los servicios de inteligencia y el partido Baaz, no aconsejara avanzar más. O, tal vez, se debió a que Siria se ha ocupado la última década de los desafíos externos: la guerra de Irak, la división palestina al asumir el poder Hamás en Gaza, la situación en el Líbano y el asesinato del entonces primer ministro Rafic Hariri, la salida de las tropas sirias del pequeño país de los cedros y las negociaciones estancadas con Israel sobre los Altos del Golán.
Estos asuntos podrían haber obligado al régimen sirio a dar prioridad a la política exterior e intentar desempeñar un papel principal tomando cartas en asuntos clave de la región. Pero no parece que la población siria quiera seguir en esta dirección y ejerce en la calle una presión constante sobre el Gobierno. Esta es la primera vez en 30 años que los sirios se atreven a ponerse en pie y exigir sus derechos. Ahora se sienten más fuertes que nunca.
Las turbulencias hacen frágil la estabilidad y, para protegerla, el requisito es realizar un cambio profundo. Las causas del levantamiento y su solución están dentro. Es un asunto complejo, como muchos otros del país, y se teme que el tiempo disponible se vaya perdiendo poco a poco y penda sobre la sociedad una espada de Damocles. No hay base para asegurar que hay una conspiración extranjera alimentada en los países vecinos. Puede que terceros traten de aprovechar el río revuelto, pero aunque esto fuera cierto no evitaría la responsabilidad del Gobierno, que debe centrar todos los esfuerzos en lograr una reconciliación verdadera entre el régimen y todos los opositores. Eliminar la brecha que el mismo presidente reconoció que existe con el pueblo. Tiene que responder a las necesidades de los jóvenes y al derecho del pueblo a la libertad y al progreso, sin olvidar las instituciones afectadas por el envejecimiento, que se han convertido en un serio obstáculo en el camino.
La explosión puede ser un peligro para la región, pero no es demasiado tarde. Para encontrar la solución, el presidente Asad puede reconducir el proceso de cambio y tomar decisiones difíciles a expensas del aparato y el papel del partido. El precio de una reforma integral sigue siendo mucho menor que el coste de no hacerla. Asad puede ser audaz y dar pasos de gran alcance para detener esta peligrosa carrera insostenible, como ha hecho con la abolición de la ley de emergencia, en vigor desde 1963, y todas sus aplicaciones, que han paralizado la vida pública, e impulsar la modernización del Estado con la reforma constitucional y la aprobación de una serie de leyes y procedimientos viables: aprobarlas leyes de partidos políticos ,electoral y de prensa, golpear la corrupción y a los corruptos. El férreo control del poder y la lentitud en dar respuesta a la mayoría de las demandas está prolongando el enfrentamiento.
A pesar de que no parece que el régimen esté en peligro inminente de caer, tampoco será posible volver a la anterior situación. Los asesinatos de matones y pistoleros no facilitarán una solución ni van a neutralizar la presión internacional, sino que complicarán más la situación y pueden dar lugar a una ola de violencia mutua. La presión va a seguir. Lo más probable es que cuanto más se niegue a las concesiones, más aumenten las protestas, aunque en última instancia las reformas tendrán que hacerse.
La reforma del sistema no es un lujo, sino un requisito en la vida de los sirios. Su economía está en una posición difícil, no es capaz de crecer para generar los millones de puestos de trabajo necesarios y la capacidad del Gobierno de seguir su política de subvenciones es limitada. La producción de crudo disminuye y el considerable déficit presupuestario se estima que alcanzó, según el FMI, los 2.600 millones de dólares en el 2010.
Sería imprudente asumir que los cambios anunciados en los últimos días marcarán el inicio de un esfuerzo sostenido hacia la reforma. Puede que una rápida puesta en marcha sea un paso en la dirección correcta, pero no hay que olvidar la desconfianza manifiesta de la población. Ha habido periodos de promesas en el pasado que finalmente quedaron en nada; no es razonable que se repita ni embellecer un sistema erosionado que pertenece al pasado.
Siria está cambiando. Estamos en el final de una era y en el comienzo de otra muy diferente. Los sirios han decidido que ha llegado la hora de la verdad: están cansados de pobreza, desempleo y marginación. Quieren libertad y vivir, como otros pueblos, con dignidad
El Periodico de Catalunya, Opinión, Pag.12, 28 de Abril de 2011
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