Coincidiendo con el triste aniversario del 11-S del 2001, y de manera sospechosa, circula en internet una versión en árabe del tráiler de una película que los musulmanes consideraran blasfema. Los promotores y financiadores del filme ultra en EEUU sabían que provocarían reacciones airadas, incluso violentas de Al Qaeda y grupos afines. El saldo de momento es de una docena de personas muertas, entre ellas el embajador de EEUU en Libia, en diferentes países. No es el primer acto de este índole: en el 2010 el pastor norteamericano Jones ya consiguió notoriedad con su intento de quemar el Corán. Pero es la primera vez que los países de la primavera árabe deben enfrentarse a este desafío.
UNA PRIMAVERA árabe entre la transición pacífica y la destrucción sangrienta, A pesar del triunfo de las opciones de cambio en estos países, presenciamos un choque entre el impulso contundente del cambio y las tradiciones de gobiernos autoritarios y de sus aliados internacionales, que intentan permanecer. Es obvio que en poco tiempo no se iba a eliminar un legado de seis décadas. No hay soluciones milagrosas ni rápidas a los problemas que se han acumulado y agravado.
Además, como en todas las sociedades, la marginación, los sentimientos de agravio y el paro facilitan el mensaje de los extremistas, radicalizan a una parte de la población y atraen a miles de jóvenes sin futuro. Pero una incendiaria película no debe conseguir que los elementos marginales puedan cambiar la trayectoria y los objetivos de las revoluciones. Por supuesto que existen grupos minoritarios y extremistas que intentan sacar provecho de revueltas y películas, y pescar en el río revuelto. Los partidos políticos y especialmente los islamistas que están en el poder tienen una gran responsabilidad. Deben aclarar su posición: apostando por esta nueva democracia que constituye la base de un sistema nuevo y prometedor marcando distancias con las tiranías y sus distintas formas autoritarias y patriarcales.
Apostar también para seguir siendo parte de la amplia coalición política que puso en marcha la revolución o intentarán secuestrarla. Una vez asentado en la conciencia colectiva que el sistema totalitario basado en la abolición de las libertades y la marginación de la sociedad civil ha caído, se abre un proceso de libertad en una transición de la tiranía a la democracia. Hay que enfrentarse a los desafíos que representa la democratización.
La democracia es un proceso continuo, no es suficiente derrocar a los tiranos, se necesita una revolución cultural, formación y participación y sobre todo crear instituciones que permitan asegurar la estabilidad y la alternancia. El mejor camino al éxito es la disposición de respetar las garantías de los derechos humanos, políticos, económicos, sociales y culturales. El principio de la descentralización del poder de acuerdo con la voluntad popular y la legitimidad constitucional, y la aceptación de la diversidad y el pensamiento plural. Estas son las herramientas para alcanzar este objetivo. Muchos de los perjudicados por el proceso de cambio se apresuran a certificar el fin de esta primavera y promueven la teoría de que es mejor un régimen represivo para los intereses occidentales ya que la alternativa sería el extremismo. ¿Ya no se recuerda que los dictadores, Mubarak, Ben Alí o Gadafi utilizaron su poder para provocar pobreza y marginación, perpetuarse y proporcionar argumentos a los grupos extremistas?
Al Qaeda ha formado parte del orden árabe antiguo, y el colapso de este sistema también la ha afectado. La muerte de sus máximos dirigentes es un indicador. Los millones de jóvenes que se han levantado por unos derechos básicos como la dignidad y la libertad protestarán por estas películas, pero no será tan fácil manipularlos. Cualesquiera que sean los factores absurdos, el abuso, el odio, la incitación gratuita o las agendas secretas detrás de esos actos, ocurren en un marco legal. Los promotores deberán rendir cuentas judiciales, no delante de los muros de las embajadas quemadas o saqueadas. Aunque la mayor parte de la legislación de EEUU carece de normas especiales para proteger los sentimientos de los musulmanes, como pasa con el antisemitismo o el racismo, seguramente por una serie de razones históricas y culturales y por la ausencia de grupos de presión musulmanes.
ES UN MOMENTO histórico. Las revueltas y la caída de los dictadores pueden constituir una esperanza y ser el principio del fin del terrorismo si se combaten las causas que lo han alimentado. La clave está en apostar por el cambio hacia una sociedad en libertad y que Occidente respete las opciones y decisiones soberanas, participando activamente en una solución justa para Palestina, y cerrando las heridas en Afganistán. Apostando por la democracia que esta larga primavera podría representar después de un largo y duro letargo.
El Periódico de Catalunya, Opinión. Pag.8, Martes, 18 de septiembre de 2012
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