Dubái no quiere dejar de sorprender a un mundo que sigue en tensión entre la austeridad fiscal y la política de crecimiento. A pesar de la situación económica compleja que afecta a muchas regiones y a la zona de Golfo por la caída de los precios del petróleo, el Emirato quiere sacar adelante emblemáticos proyectos como su nuevo icono, la torre de observación más alta del mundo, obra del arquitecto Calatrava, con un coste de mil millones de dólares, que será inaugurada en la Expo Mundial de Dubái 2020.
La visión de Dubái para el desarrollo es impulsada por su conocimiento de las necesidades futuras, y se basa en ideas proactivas porque quiere estar en la vanguardia mundial. Su economía se reinventa y es diferente a sus hermanas del Golfo: sólo el 4 % de los ingresos son generados por el Petróleo. Cuenta con una infraestructura moderna y una estructura adecuada que puede promover su posición como un centro mundial y un laboratorio del futuro.
No es un concepto nuevo para la ciudad, que ha logrado una importante experiencia en la aviación, el comercio, las finanzas y la tecnología, así como mecanismos para vincularse a los mercados globales y políticas a favor del sector empresarial, lo que constituye una base sólida para crecer.
Dubái es un hub de enlace para más de 2.200 millones de personas en Oriente Medio, África y el subcontinente indio, y sede de miles de empresas internacionales. Es el tercer mayor centro de exportación y uno de los primeros aeropuertos del mundo, el primero en tráfico de pasajeros, con 78 millones de personas en 2015, y podrá recibir a 150 millones de pasajeros en 2025, la aviación es sangre para Dubái y representa el 27% del PIB.
El Emirato tiene sus detractores. Se enfrenta a muchos retos e importantes vulnerabilidades por su sistema político unilateral. Necesita desarrollar una estrategia coherente, un nuevo tipo de economía que afectará a la inversión y la geopolítica, un modelo que tenga en cuenta no solamente lo económico sino también el desarrollo de los derechos.
Su límite no es el infinito y su destino es seguir siendo centro de de transacciones de bienes y grandes ideas. Su futuro dependerá de potenciar el rol del sector privado mediante la atracción y retención de talentos, de empresas internacionales, de turistas y de inversores, así como de fomentar el crecimiento demográfico. Debe evitar otra burbuja inmobiliaria, solucionar sus problemas estructurales y la dependencia de la mano de obra extranjera. Pero el problema es que a veces, la arrogancia tiene la costumbre de quedarse sin control.
La visión de Dubái para el desarrollo es impulsada por su conocimiento de las necesidades futuras, y se basa en ideas proactivas porque quiere estar en la vanguardia mundial. Su economía se reinventa y es diferente a sus hermanas del Golfo: sólo el 4 % de los ingresos son generados por el Petróleo. Cuenta con una infraestructura moderna y una estructura adecuada que puede promover su posición como un centro mundial y un laboratorio del futuro.
No es un concepto nuevo para la ciudad, que ha logrado una importante experiencia en la aviación, el comercio, las finanzas y la tecnología, así como mecanismos para vincularse a los mercados globales y políticas a favor del sector empresarial, lo que constituye una base sólida para crecer.
Dubái es un hub de enlace para más de 2.200 millones de personas en Oriente Medio, África y el subcontinente indio, y sede de miles de empresas internacionales. Es el tercer mayor centro de exportación y uno de los primeros aeropuertos del mundo, el primero en tráfico de pasajeros, con 78 millones de personas en 2015, y podrá recibir a 150 millones de pasajeros en 2025, la aviación es sangre para Dubái y representa el 27% del PIB.
El Emirato tiene sus detractores. Se enfrenta a muchos retos e importantes vulnerabilidades por su sistema político unilateral. Necesita desarrollar una estrategia coherente, un nuevo tipo de economía que afectará a la inversión y la geopolítica, un modelo que tenga en cuenta no solamente lo económico sino también el desarrollo de los derechos.
Su límite no es el infinito y su destino es seguir siendo centro de de transacciones de bienes y grandes ideas. Su futuro dependerá de potenciar el rol del sector privado mediante la atracción y retención de talentos, de empresas internacionales, de turistas y de inversores, así como de fomentar el crecimiento demográfico. Debe evitar otra burbuja inmobiliaria, solucionar sus problemas estructurales y la dependencia de la mano de obra extranjera. Pero el problema es que a veces, la arrogancia tiene la costumbre de quedarse sin control.
Expansión, Opinión, Edición Catalunya, Pag. 2. Martes, 17 mayo 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario