La noche del 15 de julio del pasado verano, y por primera vez en la historia turca, el pueblo venció a un golpe militar. La gente eligió estar en el lado de la democracia y dejó claro que cualquier cambio tiene que ser a través de las urnas y no de los tanques. La sociedad ha cambiado. La era de los golpes había llegado a su fin trascurridos 36 años desde la asonada de los generales de 1980, que dejó el país hundido y la economía colapsada.
La gestión del posgolpe es compleja. El presidente tiene que recuperar un país mirando al futuro. Es necesario rectificar algunas de sus políticas y consolidar una unidad con la oposición y la sociedad, que fueron factores claves para derrotar a los golpistas
Pero, en algunos aspectos se ha utilizado el golpe para otros fines, y es que Erdogan no perdona. Se ha movido rápidamente para purgar a miles de soldados y generales y sobre todo a los seguidores de su exaliado Fethullah Gülen, a quien acusó de ser el principal instigador del golpe. A Gülen le siguen cientos de miles de devotos y tenía gran poder entre la policía y los jueces, las finanzas, la educación y la prensa. Esta purga está creando divisiones en la sociedad y con la oposición democrática .
La represión preventiva no es la opción inteligente para mantener la unidad. Turquía necesita reflexionar sobre las causas de la situación actual. No se debe excusar de ninguna forma a los instigadores del golpe, pero hay que juzgarlos de acuerdo a la ley. El presidente debería considerar las grietas que el golpe ha provocado. Erdogan es posiblemente el presidente más popular de Turquía. Pero su estilo ha servido para polarizar el país. Y lo mismo pasa en el exterior.
Turquía revela una serie de profundas contradicciones. La historia no es solo una elección entre velo o no. Entre Ataturk, Erdogan o Gülen. Entre secular o islámico. Entre kurdos y turcos. Demasiados enfoques contradictorios y conflictivos. Aunque se logró imponer una forma de estabilidad y desarrollo, todavía falta mucho por hacer para conseguir la igualdad entre todos los componentes.
El país se enfrente a muchos peligros: la campaña de terror de Daesh, la situación económica, la insurgencia kurda del PKK, la intervención en la guerra en Siria y los millones de refugiados, las relaciones con Rusia, EEUU y la UE.
La situación estratégica convierte al país en un actor importante para la estabilidad mundial en una región que está sobre un barril de pólvora. Las tensiones políticas y el terrorismo están en niveles insostenibles y ninguna gran potencia se ha comprometido a apagar el fuego y alejar las llamas. Estados Unidos, el gran actor durante décadas en la zona, ha abandonado su responsabilidad mientras se extiende el fuego hacia otras regiones vecinas como Europa.
El golpe en Turquía ha unido a la gran mayoría de los turcos a corto plazo. Pero para el largo plazo, hay que reconocer la realidad: el país está dividido.
La gestión del posgolpe es compleja. El presidente tiene que recuperar un país mirando al futuro. Es necesario rectificar algunas de sus políticas y consolidar una unidad con la oposición y la sociedad, que fueron factores claves para derrotar a los golpistas
Pero, en algunos aspectos se ha utilizado el golpe para otros fines, y es que Erdogan no perdona. Se ha movido rápidamente para purgar a miles de soldados y generales y sobre todo a los seguidores de su exaliado Fethullah Gülen, a quien acusó de ser el principal instigador del golpe. A Gülen le siguen cientos de miles de devotos y tenía gran poder entre la policía y los jueces, las finanzas, la educación y la prensa. Esta purga está creando divisiones en la sociedad y con la oposición democrática .
La represión preventiva no es la opción inteligente para mantener la unidad. Turquía necesita reflexionar sobre las causas de la situación actual. No se debe excusar de ninguna forma a los instigadores del golpe, pero hay que juzgarlos de acuerdo a la ley. El presidente debería considerar las grietas que el golpe ha provocado. Erdogan es posiblemente el presidente más popular de Turquía. Pero su estilo ha servido para polarizar el país. Y lo mismo pasa en el exterior.
Turquía revela una serie de profundas contradicciones. La historia no es solo una elección entre velo o no. Entre Ataturk, Erdogan o Gülen. Entre secular o islámico. Entre kurdos y turcos. Demasiados enfoques contradictorios y conflictivos. Aunque se logró imponer una forma de estabilidad y desarrollo, todavía falta mucho por hacer para conseguir la igualdad entre todos los componentes.
El país se enfrente a muchos peligros: la campaña de terror de Daesh, la situación económica, la insurgencia kurda del PKK, la intervención en la guerra en Siria y los millones de refugiados, las relaciones con Rusia, EEUU y la UE.
La situación estratégica convierte al país en un actor importante para la estabilidad mundial en una región que está sobre un barril de pólvora. Las tensiones políticas y el terrorismo están en niveles insostenibles y ninguna gran potencia se ha comprometido a apagar el fuego y alejar las llamas. Estados Unidos, el gran actor durante décadas en la zona, ha abandonado su responsabilidad mientras se extiende el fuego hacia otras regiones vecinas como Europa.
El golpe en Turquía ha unido a la gran mayoría de los turcos a corto plazo. Pero para el largo plazo, hay que reconocer la realidad: el país está dividido.
El Periódico de Catalunya, Opinión, Pag. 13, Miércoles, 9 de Noviembre de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario