La revolución sin liderazgo puede hacer caer un régimen opresor, pero no crea un Estado. Sin un sistema no se puede asegurar el desarrollo, y quien crea que unos partidos y facciones rivales obsesionados por el poder puedan alcanzar los objetivos de una revolución en meses se equivoca. La democracia implica mucho más que elecciones y urnas.
La primavera árabe ha abierto numerosas puertas: cambios en la estructura política al liberarse de las tiranías y nuevas dinámicas entre sociedad civil y poder, pero el factor principal, que hasta el momento no sabemos cómo evolucionará, es la economía.
El desafío radica en cómo gestionar la próxima etapa. Desarrollar nuevas herramientas para hacer frente a diferentes demandas: cómo enfrentarse al paro y el sufrimiento de la mitad de los jóvenes; cómo luchar contra la corrupción, que consume un tercio del PIB árabe. O la pobreza extrema, que aqueja a casi la mitad de la población. Sin olvidar una burocracia obsoleta y enquistada que asfixia las iniciativas creativas.
La zona está llena de contradicciones, con una población de 400 millones de personas, el 60% de las reservas mundiales de petróleo, el 40% de las de gas y el 40% de fondos soberanos, con unos activos de dos billones de dólares que aumentan en 200.000 millones al año. Sin embargo, el 23% de la población vive con 1,3 euros al día. Y el crecimiento demográfico es del 2,2%.
Por encima del debate sobre si los partidos islamistas en el poder van a prohibir la cerveza y los biquinis, donde se juegan la credibilidad es en la economía. La situación en Egipto, Túnez, Libia o Yemen se ha deteriorado y el tiempo es un lujo que no se dispone. Los gobiernos tendrán que ofrecer soluciones y asumir retos como la gobernanza, la creación de empleo y la evaluación de los costos de los subsidios. Una tarea difícil.
El empleo tendrá que ser una prioridad. Una de las razones que empujaron a la juventud a echarse a la calle fue la incapacidad de los gobiernos para conseguir un empleo decente. La tasa de población joven activa es la más baja del mundo, un 35%, en comparación con el promedio mundial del 52%. Mientras, la corrupción ha costado en los últimos 30 años a los países de la primavera árabe 300.000 millones de dólares. Una suma que habría aumentado los ingresos per cápita, reforzado la lucha contra la pobreza y permitido la autosuficiencia en alimentos y agua.
A medida que los levantamientos árabes se han desarrollado, la necesidad de reformas económicas se ha vuelto más urgente y ha demostrado la estrecha relación entre democracia y crecimiento. Entre las lecciones aprendidas destaca que lo primero que vemos es que la estabilidad y el crecimiento a largo plazo dependen de un sistema democrático, una buena gobernanza y la participación de la sociedad civil. La teoría de que un régimen déspota puede mantener mejor el crecimiento no es válida.
Además, en todos los países de la zona la tasa de crecimiento económico ha registrado un promedio del 1% anual en los últimos 30 años. Las grandes oportunidades se han limitado a muy pocos afortunados empresarios, lo que demuestra la urgencia de desarrollar el sector privado. Ahora sabemos que los índices macroeconómicos han escondido el gran problema de la desigualdad, que llevó a la inestabilidad política y que a su vez conduce a los problemas estructurales. No es solo la situación financiera o fiscal, sino el efecto de la distribución de la riqueza.
El sector privado, y en especial las pymes, debe participar en la construcción del futuro e implicarse como complemento del sector público. Para proporcionar una red de protección para la economía, los empresarios son actores claves creadores de riqueza y empleo, y además tienen un importante papel para impulsar la renta nacional, reducir las dependencias y aumentar las exportaciones. También serán un factor clave para la construcción de una sociedad basada en la igualdad de oportunidades que asegure la participación de las mujeres.
Dos años después, la falta de credibilidad debe ser abordada con urgencia. Las luchas políticas internas son inevitables, pero duran demasiado. Los nuevos gobiernos tienen la oportunidad de cambiar las políticas económicas en favor de las personas, la revolución política debe entregar el testigo a una economía que favorezca la competitividad, la educación, combata la corrupción, promueva la transparencia y rompa las barreras sociales y financieras para la actividad empresarial.
La primavera no es un día, sino un tiempo donde puede haber tormentas. Pero ha de significar para los pueblos un beneficio real que mejore su calidad de vida y les dé oportunidades de futuro. Si no, la frustración la transformará en un duro invierno.
El Periódico de Catalunya, Pag.8, Opinión, Lunes, 1 abril del 2013
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