Todavía es pronto para juzgar las posibilidades de éxito del acuerdo entre Estados Unidos y Rusia para tener el arsenal químico del régimen sirio bajo control internacional antes de ser destruido. Su implementación, aún no definida, podría ayudar a poner fin a la crisis de las armas químicas, pero no a la tragedia en Siria. El pacto del sábado en Ginebra ha proporcionado una salida temporal para Obama, Putin y Assad, pero Siria parece haber entrado por un tiempo indefinido en un escenario que se asemeja a la famosa partida que se jugó con Sadam Husein en Irak desde 1990 hasta el 2003.
En la ciudad suiza también se ha visto que, pese al tiempo que ya dura la guerra, EEUU no se ha preparado lo suficiente y que el zar ruso ha conseguido ganar una batalla en una nueva guerra fría. El principio de acuerdo ha salvado a Obama ante su vacilación y demora para una acción militar en Siria. El presidente puede respirar aliviado porque ya no se ve obligado a salir de su doctrina de evitar otra acción de guerra en vísperas de la retirada de EEUU de Afganistán, pero a nivel interno el acuerdo lo hace parecer débil. Es posible que Obama no quiera un ataque cuyos resultados no pueda controlar. Pero eso plantea a nivel internacional dudas sobre si ha disminuido el liderazgo mundial de EEUU.
Siria ha entrado en una nueva etapa, y lo que vendrá ahora, tras el ataque químico de mediados de agosto, no será como lo que prevaleció antes. El fuego sirio está emitiendo radiaciones hacia países lejanos y cercanos, y será difícil para el mundo vivir mucho tiempo con esto. El mismo día que se utilizaron las armas químicas, Unicef confirmó otro hito histórico vergonzoso: el número de niños y niñas sirios obligados a huir de su patria ha alcanzado el millón.
El ataque químico ha dejado al descubierto no solo la hipocresía de la comunidad internacional, sino también su impotencia. Según la ONU, la crisis está fuera de control, un tercio de la población siria ha abandonado su hogar y más de cinco millones han quedado sin vivienda. Las áreas de acogida en los países vecinos están llenas y las organizaciones de socorro se han quedado sin existencias. Además de la crisis humanitaria, los riesgos políticos relacionados con los combates irán en aumento.
Los resultados del rumbo de los acontecimientos son impredecibles, pero en ningún caso son optimistas. Muchas zonas de Siria están en escombros, el país vive una despiadada guerra civil y el telón de fondo es el riesgo de una confrontación regional sin precedentes, una prueba de fuerza entre las grandes potencias. Siria necesita un consenso internacional no solo para evitar armas químicas, sino para detener los combates y evitar la propagación de la crisis a los países vecinos.
La guerra entra ya en su tercer año. No empezó con el ataque químico. Los vetos de unos y otros en la ONU han impedido tomar medidas de presión para detener la contienda y evitar una tragedia para millones de personas y han permitido encontrar un nuevo refugio a grupos afines a Al Qaeda y la exportación de un problema y de la violencia a países vecinos como el Líbano e Irak y el riesgo de trasladarlos también a Israel, Jordania y Turquía.
Las intervenciones y campañas militares de las grandes potencias en Irak y Libia han causado enormes bajas y no han servido ni para restaurar la paz y la estabilidad ni para comprender mejor las sociedades de la zona. Y en Siria por encima de todo está el alto coste humano y en definitiva el sufrimiento de la muy castigada población civil de un país sobre el que se cierne la amenaza de la destrucción sin saber cuál es el futuro que le aguarda ni sobre qué ruinas deberá reconstruirse algún día.
Ahora las potencias afirman que la comunidad internacional no puede apartarse de lo que está pasando en Siria. La alternativa al ataque no es la pasividad o unas negociaciones para limpiar conciencias. En lugar de una amenaza con una salva de misiles urge lanzar una ofensiva diplomática, un plan que incluya un acuerdo político con negociaciones que conduzcan a una solución general. Un enfoque global que tenga en cuenta la realidad subyacente en los horrores de las armas químicas: la aspiración de los sirios a la libertad, la democracia y la dignidad, la causa de su levantamiento.
Urge detener la tragedia, y para eso ya no vale mirar hacia otro lado, pedir prudencia, cautela y consenso, y establecer vetos. No se puede dejar otra vez indefensa a la población. Hay que terminar con la consideración de que la sangre siria es barata y de que los sirios pueden seguir siendo rehenes de una guerra salvaje o unas negociaciones sin fin.
El periódico de Catalunya, Pag. 8, Opinión, Lunes, 16 de septiembre del 2013
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