La nueva situación de guerra civil puede llevar a una peligrosa contienda entre Irán y Arabia Saudi
Mientras Irán, EEUU y la UE cerraban el principio de acuerdo marco nuclear que parece un win-win si se cumple (o si el diablo no se encuentra en la letra pequeña cuando se negocie en junio el documento definitivo), Arabia Saudí, al mando de una coalición de 10 países de la región, empezó la operación Tormenta decisiva bombardeando posiciones de los rebeldes hutis y sus aliados en Yemen después de que se hicieran con el control de gran parte del país con un avance espectacular. La lucha entre Teherán y Riad se complica. Los hutis controlan las orillas del mar Rojo, y ahora está en juego el control del estratégico estrecho de Bab Al-Mandeb, el paso hacia el canal de Suez, vía clave a través de la cual pasa la mayor parte del petróleo del mundo.
La vida nunca ha sido fácil en Yemen. El país vive sumido en un profundo conflicto político y militar, agravado después de que los hutis, que ya controlaban el norte del país, tomaran la capital Saná con el pretexto de reclamar una mayor participación en el poder, intentaron forzar la dimisión del presidente Hadi, y disolvieran el Parlamento. Hadi, presidente reconocido, logró huir del arresto domiciliario hacia Adén y después a Riad. El expresidente Ali Abdullah Saleh, en el poder de 1978 al 2012 y derrocado por el levantamiento popular del 2011, estableció una alianza con sus antiguos enemigos los hutis con el apoyo de Irán y maniobró dentro del Ejército para jugar sus cartas con la intención de recuperar el poder.
Dividida entre un norte controlado por los hutis y un sur dominado por los aliados del presidente, Yemen es el escenario de una lucha regional que amenaza con empujar a este país empobrecido aún más hacia el abismo, mientras se ensancha la división sectaria. El país más pobre del mundo árabe se desangra en un vacío político sin ningún tipo de liderazgo formal: no hay Gobierno, la seguridad se deteriora y la economía está al borde del colapso. Mientras, la franquicia local de Al Qaeda es cada vez más activa: a mediados de enero se atribuyó la responsabilidad del ataque a Charlie-Hebdo en París.
La historia de Yemen es la de una tierra con muchos contradicciones --con una fuerte estructura tribal y mucha proliferación de armas-- que se enfrenta desde hace más de 30 años a múltiples problemas y guerras que han mermado el Estado y su capacidad para ejercer su autoridad, lo que ha impedido atender las necesidades básicas de la población. A ello hay que sumarle el sentimiento secesionista en el sur y la guerra de las tribus chiís hutis desde el norte. Con Daesh (Estado Islámico) y Al Qaeda pescando en aguas revueltas, se dibuja un panorama complicado y un volcán en erupción en una zona estratégica para el mundo y su economía, ya que por ahí transcurre la ruta internacional clave para el comercio y el petróleo.
A YEMEN le sobran bombas y le falta paz. El creciente número de víctimas civiles aumenta los temores por una situación humanitaria deteriorada. Las facciones yemenís han perdido la capacidad de evitar el caos. Millones de jóvenes viven sin horizonte, y están por abordar cuestiones económicas, las reformas democráticas y los derechos humanos de las minorías. Además, el país está al borde de una crisis alimentaria: 10 de sus 23 millones de habitantes no encuentran suficiente comida. Los índices de desnutrición infantil aguda alcanzaron niveles alarmantes (uno de cada tres niños) lo que, sumado al descontento social y a la sensación de frustración y agravio conduce a la radicalización. Esta maraña de problemas amenazan con desintegrar el país y hundirlo.
Más allá de la lucha por el poder y la geopolítica, la nueva situación puede ser detonante de una contienda peligrosa entre Irán y Arabia Saudí, entre sunís y chiís, que supere los otros incendios que hoy arrasan Siria e Irak. Además, está por ver cómo afectará el acuerdo de EEUU con Irán sobre su programa nuclear, si Obama se verá obligado a luchar junto a sus aliados árabes tradicionales.
Irán y Arabia Saudí necesitan una política pragmática para restablecer las relaciones de vecindad y gestionar sus enormes recursos para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Del resultado en esta nueva guerra podría depender el futuro de toda la región y las nuevas relaciones de poder que se configurará entre sus componentes y las grandes potencias. La escena contiene un alto nivel de riesgo. Se debe actuar con máxima prioridad. Lo principal es tratar de raíz el mal no solo en Yemen, sino también en Irak y Siria. Las soluciones violentas y militares han demostrado no ser una opción, En esta zona las armas nunca han resuelto nada y solo han dejado muertes, odio, destrucción y han logrado que la paz y la libertad sean un proceso casi imposible de alcanzar.
La vida nunca ha sido fácil en Yemen. El país vive sumido en un profundo conflicto político y militar, agravado después de que los hutis, que ya controlaban el norte del país, tomaran la capital Saná con el pretexto de reclamar una mayor participación en el poder, intentaron forzar la dimisión del presidente Hadi, y disolvieran el Parlamento. Hadi, presidente reconocido, logró huir del arresto domiciliario hacia Adén y después a Riad. El expresidente Ali Abdullah Saleh, en el poder de 1978 al 2012 y derrocado por el levantamiento popular del 2011, estableció una alianza con sus antiguos enemigos los hutis con el apoyo de Irán y maniobró dentro del Ejército para jugar sus cartas con la intención de recuperar el poder.
Dividida entre un norte controlado por los hutis y un sur dominado por los aliados del presidente, Yemen es el escenario de una lucha regional que amenaza con empujar a este país empobrecido aún más hacia el abismo, mientras se ensancha la división sectaria. El país más pobre del mundo árabe se desangra en un vacío político sin ningún tipo de liderazgo formal: no hay Gobierno, la seguridad se deteriora y la economía está al borde del colapso. Mientras, la franquicia local de Al Qaeda es cada vez más activa: a mediados de enero se atribuyó la responsabilidad del ataque a Charlie-Hebdo en París.
La historia de Yemen es la de una tierra con muchos contradicciones --con una fuerte estructura tribal y mucha proliferación de armas-- que se enfrenta desde hace más de 30 años a múltiples problemas y guerras que han mermado el Estado y su capacidad para ejercer su autoridad, lo que ha impedido atender las necesidades básicas de la población. A ello hay que sumarle el sentimiento secesionista en el sur y la guerra de las tribus chiís hutis desde el norte. Con Daesh (Estado Islámico) y Al Qaeda pescando en aguas revueltas, se dibuja un panorama complicado y un volcán en erupción en una zona estratégica para el mundo y su economía, ya que por ahí transcurre la ruta internacional clave para el comercio y el petróleo.
A YEMEN le sobran bombas y le falta paz. El creciente número de víctimas civiles aumenta los temores por una situación humanitaria deteriorada. Las facciones yemenís han perdido la capacidad de evitar el caos. Millones de jóvenes viven sin horizonte, y están por abordar cuestiones económicas, las reformas democráticas y los derechos humanos de las minorías. Además, el país está al borde de una crisis alimentaria: 10 de sus 23 millones de habitantes no encuentran suficiente comida. Los índices de desnutrición infantil aguda alcanzaron niveles alarmantes (uno de cada tres niños) lo que, sumado al descontento social y a la sensación de frustración y agravio conduce a la radicalización. Esta maraña de problemas amenazan con desintegrar el país y hundirlo.
Más allá de la lucha por el poder y la geopolítica, la nueva situación puede ser detonante de una contienda peligrosa entre Irán y Arabia Saudí, entre sunís y chiís, que supere los otros incendios que hoy arrasan Siria e Irak. Además, está por ver cómo afectará el acuerdo de EEUU con Irán sobre su programa nuclear, si Obama se verá obligado a luchar junto a sus aliados árabes tradicionales.
Irán y Arabia Saudí necesitan una política pragmática para restablecer las relaciones de vecindad y gestionar sus enormes recursos para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Del resultado en esta nueva guerra podría depender el futuro de toda la región y las nuevas relaciones de poder que se configurará entre sus componentes y las grandes potencias. La escena contiene un alto nivel de riesgo. Se debe actuar con máxima prioridad. Lo principal es tratar de raíz el mal no solo en Yemen, sino también en Irak y Siria. Las soluciones violentas y militares han demostrado no ser una opción, En esta zona las armas nunca han resuelto nada y solo han dejado muertes, odio, destrucción y han logrado que la paz y la libertad sean un proceso casi imposible de alcanzar.
El Periódico de Catalunya, Opinión,Pag 8, Lunes 20 de Abril de 2015
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