Líbano tiene ahora la mayor población de refugiados por habitante en el mundo. Esa enorme densidad está teniendo un efecto devastador, el país está sumido en un conflicto regional que trasciende sus fronteras y ha creado una conmoción sin precedentes en su tejido social, político y económico. Los 1,5 millones de refugiados sirios registrados han incrementado su población en una cuarta parte. La afluencia es enorme, alimenta las tensiones internas e incrementa el miedo del pequeño territorio a convertirse, una vez más, en un campo de batalla, un choque que se prolonga en el tiempo y cuyo alcance es multifacético. Además de estas masivas llegadas, hay 500.000 refugiados palestinos acogidos en territorio libanés desde 1948, un gran reto para el país mientras las guerras siguen haciendo estragos en Siria e Irak.
Toda la región sufre mientras el conflicto bélico en Siria se enroca, y las consecuencias llegan hasta las costas europeas, pero el impacto en Líbano es enorme. El país intenta implicar a la comunidad internacional para compartir esta responsabilidad colectiva de una manera significativa, ya que se quiere prevenir el colapso económico y la inseguridad. Pero la peor parte del problema está siendo asumido por los que menos pueden permitírselo. Cada vez es más difícil para los refugiados sirios y libaneses pobres sufragar los gastos básicos para vivir.
La economía del Líbano se ha visto afectada por el colapso en Siria, un país que representaba el 25% de sus exportaciones, y por la falta de confianza de los inversores por la vulnerabilidad a los conflictos regionales. Es una republica con un delicado equilibrio entre confesiones y no tiene presidente desde mayo del 2014. Su Parlamento se ha renovado asimismo sin elección hasta el 2017. Además, el discurso extremista gana terreno con la llegada de los yihadistas, que intentan pescar en aguas revueltas provocando el peligro del enfrentamiento entrelas poblaciones suní y chií.
La estabilidad política actual es el resultado de un compromiso de los grandes actores de la escena, Arabia Saudí, Irán y EEUU, para excluir el Líbano de los conflictos regionales. Las conversaciones entre las facciones libanesas han permitido tener un Gobierno de pacto nacional que funciona a pesar de los desacuerdos en las grandes asuntos como la elección de un presidente, los presupuestos o la neutralidad en la guerra siria.
Si el conflicto sirio explica en parte la inestabilidad, las raíces de la situación se encuentran principalmente en la naturaleza del sistema político libanés, debido a que sus formaciones son confesionales. Como resultado no hay un consenso nacional sobre la política exterior. Cada vez que hay un gran conflicto en la región, las diversas corrientes políticas se colocan según sus alianzas externas, lo que se proyecta sobre la sociedad. Así se vivió el fenómeno en 1958 (la época del presidente egipcio Nasser) y en la guerra civil (1975-1990).
En el 2005, el asesinato del exprimer ministro Rafik Hariri fue un terremoto que sacudió el el país y derribó todos los entendimientos, provocando una profundización de la crisis interna. Hoy, a las puertas del dictamen del tribunal internacional especial para el Líbano, creado para juzgar a sus presuntos asesinos, los libaneses viven una confrontación, incapaces de dar con una solución a una ecuación con justicia, seguridad y Estado.
Tampoco hay que olvidar la presencia de las fuerzas internacionales en la frontera con Israel y que cuentan entre sus efectivos con 580 soldados españoles. El temor a que sean víctimas de mensajes violentos, con destino a terceros, tiene una probabilidad muy alta. El Ejército libanés, último bastión de unidad, ha declarado la guerra total contra el terrorismo, pero su poder real es limitado. Hay un ejército paralelo y potente de Hizbulá que provoca que algunas comunidades intenten crear milicias similares, lo que alimenta la fragmentación de las instituciones y socava su autoridad. El espectro de la guerra civil de 1975-1990 no está lejos. Un escenario que los libaneses quieren evitar a toda costa.
El Estado libanés moderno, con menos de un siglo de vida, ha sufrido experiencias desconocidas para otras naciones con historias milenarias: una larga guerra civil de 15 años, invasiones extranjeras, el malestar sociopolítico, problemas de seguridad y esta importante afluencia de refugiados. Líbano ha sobrevivido a todos estos choques. De hecho, no es una sorpresa su reconocida capacidad de recuperación. Pero de momento no hay señales de ningún respiro para el país de los cedros, que observa con honda preocupación lo que sucede en su frontera oriental.
Toda la región sufre mientras el conflicto bélico en Siria se enroca, y las consecuencias llegan hasta las costas europeas, pero el impacto en Líbano es enorme. El país intenta implicar a la comunidad internacional para compartir esta responsabilidad colectiva de una manera significativa, ya que se quiere prevenir el colapso económico y la inseguridad. Pero la peor parte del problema está siendo asumido por los que menos pueden permitírselo. Cada vez es más difícil para los refugiados sirios y libaneses pobres sufragar los gastos básicos para vivir.
La economía del Líbano se ha visto afectada por el colapso en Siria, un país que representaba el 25% de sus exportaciones, y por la falta de confianza de los inversores por la vulnerabilidad a los conflictos regionales. Es una republica con un delicado equilibrio entre confesiones y no tiene presidente desde mayo del 2014. Su Parlamento se ha renovado asimismo sin elección hasta el 2017. Además, el discurso extremista gana terreno con la llegada de los yihadistas, que intentan pescar en aguas revueltas provocando el peligro del enfrentamiento entrelas poblaciones suní y chií.
La estabilidad política actual es el resultado de un compromiso de los grandes actores de la escena, Arabia Saudí, Irán y EEUU, para excluir el Líbano de los conflictos regionales. Las conversaciones entre las facciones libanesas han permitido tener un Gobierno de pacto nacional que funciona a pesar de los desacuerdos en las grandes asuntos como la elección de un presidente, los presupuestos o la neutralidad en la guerra siria.
Si el conflicto sirio explica en parte la inestabilidad, las raíces de la situación se encuentran principalmente en la naturaleza del sistema político libanés, debido a que sus formaciones son confesionales. Como resultado no hay un consenso nacional sobre la política exterior. Cada vez que hay un gran conflicto en la región, las diversas corrientes políticas se colocan según sus alianzas externas, lo que se proyecta sobre la sociedad. Así se vivió el fenómeno en 1958 (la época del presidente egipcio Nasser) y en la guerra civil (1975-1990).
En el 2005, el asesinato del exprimer ministro Rafik Hariri fue un terremoto que sacudió el el país y derribó todos los entendimientos, provocando una profundización de la crisis interna. Hoy, a las puertas del dictamen del tribunal internacional especial para el Líbano, creado para juzgar a sus presuntos asesinos, los libaneses viven una confrontación, incapaces de dar con una solución a una ecuación con justicia, seguridad y Estado.
Tampoco hay que olvidar la presencia de las fuerzas internacionales en la frontera con Israel y que cuentan entre sus efectivos con 580 soldados españoles. El temor a que sean víctimas de mensajes violentos, con destino a terceros, tiene una probabilidad muy alta. El Ejército libanés, último bastión de unidad, ha declarado la guerra total contra el terrorismo, pero su poder real es limitado. Hay un ejército paralelo y potente de Hizbulá que provoca que algunas comunidades intenten crear milicias similares, lo que alimenta la fragmentación de las instituciones y socava su autoridad. El espectro de la guerra civil de 1975-1990 no está lejos. Un escenario que los libaneses quieren evitar a toda costa.
El Estado libanés moderno, con menos de un siglo de vida, ha sufrido experiencias desconocidas para otras naciones con historias milenarias: una larga guerra civil de 15 años, invasiones extranjeras, el malestar sociopolítico, problemas de seguridad y esta importante afluencia de refugiados. Líbano ha sobrevivido a todos estos choques. De hecho, no es una sorpresa su reconocida capacidad de recuperación. Pero de momento no hay señales de ningún respiro para el país de los cedros, que observa con honda preocupación lo que sucede en su frontera oriental.
El periódico de Catalunya, Opinón Pag.8, Miércoles 8 de julio de 2015
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