En el Mediterráneo se acumulan los problemas y se multiplican los actores y los conflictos, lo que constituye un desafío común que precisa de un enfoque coordinado y global. Las buenas intenciones y las palabras sin contenido no son suficientes. La tragedia humana que se vive en el Mediterráneo hoy muestra los desequilibrios.
La consecuencia natural de la guerra y la agitación, es el refugio o la inmigración forzosa, y eso es solo la punta del iceberg. ¿Cómo se puede pensar en retener a millones de personas que están tratando de evitar la guerra, el hambre, la dictadura? Una política solo orientada a la seguridad no puede ser la única opción que Europa presenta a sus vecinos del Sur. Ya no son efectivas las políticas de cooperación con regímenes autoritarios, ni los despliegues de fragatas.
Todo el Mediterráneo está experimentando un cambio radical, especialmente después de las «Primaveras árabes». La región vive una situación de incertidumbre: crisis económica, guerras, intentos lentos de reformas. Estamos en una etapa clave. No actuar multiplica el riesgo y afecta al conjunto. Los conflictos en Libia, Siria y Palestina. Los atentados terroristas. La seguridad. La energía. Los refugiados y la Emigración, son preocupaciones que la UE debe resolver.
El sistema de valores europeos está en juego, y en general, la UE no tiene ninguna estrategia o plan ante los cambios en la orilla sur y los problemas que los rodean. La UE parece un socio secundario, sigue ausente del conflicto palestino-israelí, no reacciona ante la guerra asociada al terrorismo, ni ante los problemas en la orilla sur. Y sin embargo, la región que va desde Marruecos hasta el Golfo, pasando por Damasco, es donde Europa tiene más intereses económicos y estratégicos.
La Guerra siria ha quemado todas las fronteras, y como se está demostrando, Europa no será capaz de aislarse de ella y evitar las consecuencias en lo que se refiere al asilo y el terrorismo. En el Mediterráneo sur y oriental y en el Magreb 40 millones de jóvenes están en paro, 27 millones de ellos sin formación. El 50% de los 369 millones de habitantes son menores de 25 años, lo que constituye una bomba de relojería.
Por supuesto, Europa no está en su mejor momento. Ha pasado una grave crisis económica y sigue en tensión entre la austeridad fiscal y la política de crecimiento. Los esfuerzos para integrar países de la región bajo un mismo paraguas, como el Proceso de Barcelona en 1995, la Política Europea de Vecindad en 2004, el Instrumento de Vecindad y Asociación en 2007 y la Unión por el Mediterráneo en 2008, han dado pocos frutos, y aún menos credibilidad.
El futuro depende de la capacidad para adaptarse a las nuevas realidades y no levantar nuevos muros de Berlín en el Mediterráneo, muros de prejuicio, miedo e ignorancia. Lo que está en juego es mucho. Se necesita un nuevo enfoque europeo de las bases de la cooperación. Por ejemplo, aumentar el ritmo de inversión en la zona, empezando a salvar a Europa de la crisis económica. Un plan Marshall para el Mediterráneo como pasó después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. No es una idea descabellada si recordamos que ese plan, en su momento, no solo salvó a Europa sino también a los EEUU.
Fomentar la cooperación económica ayudaría a solucionar los problemas de inmigración y radicalización. Impulsar la interacción intra-regional, la creación de empleo, la inversión, la experiencia crediticia, y la promoción del turismo. Son las políticas clave que podrían ayudar a resolver las condiciones socioeconómicas desesperadas que desencadenaron las revueltas. Se lucharía contra la pobreza y el desequilibrio, y se incrustaría la democracia. Hay que apoyar a los países que están tratando de realizar su transición: Marruecos, Túnez, Jordania, el Líbano. Además, Europa también debe acelerar el proceso de adhesión de Turquía.
Poner en marcha un programa ambicioso que apoye la creación de un espacio común. Es una necesidad. La UE debe adoptar una nueva política clara y efectiva. La creación de una Comisaria para el Mediterráneo mostraría la apuesta estratégica que la situación requiere. Además, es preciso revitalizar la Unión por el Mediterráneo que constituye el marco regional de cooperación adecuado entre los 43 Estados miembros.
Europa tiene que implicarse, ya que su futuro está estrechamente relacionado con la capacidad de desarrollo de la otra orilla. Si los europeos y los mediterráneos quieren ser más que vecinos y convertirse en propietarios de un futuro común, deben entender esta evidencia. Hay que moverse de las emociones a las soluciones, y no esperar que crezca el riesgo y aumente el coste. Las oportunidades perdidas han sido muchas y muy dolorosas. Hace falta un poco más de generosidad y algo menos de egoísmo.
La consecuencia natural de la guerra y la agitación, es el refugio o la inmigración forzosa, y eso es solo la punta del iceberg. ¿Cómo se puede pensar en retener a millones de personas que están tratando de evitar la guerra, el hambre, la dictadura? Una política solo orientada a la seguridad no puede ser la única opción que Europa presenta a sus vecinos del Sur. Ya no son efectivas las políticas de cooperación con regímenes autoritarios, ni los despliegues de fragatas.
Todo el Mediterráneo está experimentando un cambio radical, especialmente después de las «Primaveras árabes». La región vive una situación de incertidumbre: crisis económica, guerras, intentos lentos de reformas. Estamos en una etapa clave. No actuar multiplica el riesgo y afecta al conjunto. Los conflictos en Libia, Siria y Palestina. Los atentados terroristas. La seguridad. La energía. Los refugiados y la Emigración, son preocupaciones que la UE debe resolver.
El sistema de valores europeos está en juego, y en general, la UE no tiene ninguna estrategia o plan ante los cambios en la orilla sur y los problemas que los rodean. La UE parece un socio secundario, sigue ausente del conflicto palestino-israelí, no reacciona ante la guerra asociada al terrorismo, ni ante los problemas en la orilla sur. Y sin embargo, la región que va desde Marruecos hasta el Golfo, pasando por Damasco, es donde Europa tiene más intereses económicos y estratégicos.
La Guerra siria ha quemado todas las fronteras, y como se está demostrando, Europa no será capaz de aislarse de ella y evitar las consecuencias en lo que se refiere al asilo y el terrorismo. En el Mediterráneo sur y oriental y en el Magreb 40 millones de jóvenes están en paro, 27 millones de ellos sin formación. El 50% de los 369 millones de habitantes son menores de 25 años, lo que constituye una bomba de relojería.
Por supuesto, Europa no está en su mejor momento. Ha pasado una grave crisis económica y sigue en tensión entre la austeridad fiscal y la política de crecimiento. Los esfuerzos para integrar países de la región bajo un mismo paraguas, como el Proceso de Barcelona en 1995, la Política Europea de Vecindad en 2004, el Instrumento de Vecindad y Asociación en 2007 y la Unión por el Mediterráneo en 2008, han dado pocos frutos, y aún menos credibilidad.
El futuro depende de la capacidad para adaptarse a las nuevas realidades y no levantar nuevos muros de Berlín en el Mediterráneo, muros de prejuicio, miedo e ignorancia. Lo que está en juego es mucho. Se necesita un nuevo enfoque europeo de las bases de la cooperación. Por ejemplo, aumentar el ritmo de inversión en la zona, empezando a salvar a Europa de la crisis económica. Un plan Marshall para el Mediterráneo como pasó después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. No es una idea descabellada si recordamos que ese plan, en su momento, no solo salvó a Europa sino también a los EEUU.
Fomentar la cooperación económica ayudaría a solucionar los problemas de inmigración y radicalización. Impulsar la interacción intra-regional, la creación de empleo, la inversión, la experiencia crediticia, y la promoción del turismo. Son las políticas clave que podrían ayudar a resolver las condiciones socioeconómicas desesperadas que desencadenaron las revueltas. Se lucharía contra la pobreza y el desequilibrio, y se incrustaría la democracia. Hay que apoyar a los países que están tratando de realizar su transición: Marruecos, Túnez, Jordania, el Líbano. Además, Europa también debe acelerar el proceso de adhesión de Turquía.
Poner en marcha un programa ambicioso que apoye la creación de un espacio común. Es una necesidad. La UE debe adoptar una nueva política clara y efectiva. La creación de una Comisaria para el Mediterráneo mostraría la apuesta estratégica que la situación requiere. Además, es preciso revitalizar la Unión por el Mediterráneo que constituye el marco regional de cooperación adecuado entre los 43 Estados miembros.
Europa tiene que implicarse, ya que su futuro está estrechamente relacionado con la capacidad de desarrollo de la otra orilla. Si los europeos y los mediterráneos quieren ser más que vecinos y convertirse en propietarios de un futuro común, deben entender esta evidencia. Hay que moverse de las emociones a las soluciones, y no esperar que crezca el riesgo y aumente el coste. Las oportunidades perdidas han sido muchas y muy dolorosas. Hace falta un poco más de generosidad y algo menos de egoísmo.
El Periódico de Catalunya, Pag.8 Opinión, Martes, 1 de Marzo 2016
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