Muamar Gadafi es uno de los actores principales de la gran Tragedia Árabe más allá de la Naqba que representó la pérdida de Palestina, gobernantes enfermos, que creen que su curación pasa por enfermar a sus pueblos, un drama lleno de tiranos, corruptos, masacres, pobreza en plena riqueza, pero también pueblos resistentes, dignos, que aspiran a la libertad, la dignidad, la justicia y la democracia.
La noria de la libertad está girando, y otro tirano ha caído. Una serie de falsos salvadores de patrias, de líderes sin pueblos y revoluciones hacia ninguna parte, de grandes usurpadores de la voluntad y recursos de su gente. La farsa terminó y es la hora de echar el telón de este teatro de miedo, de quitar la máscara y la ropa de vergüenza y de que los verdaderos actores anónimos, rebeldes y valientes jóvenes con causa, reescriban los nuevos capítulos de una historia real, donde la pesadilla se transforme en esperanza y la represión en libertad, y se instauren nuevos tiempos para una historia diferente.
Tal vez Gadafi representa uno de los peores de esta saga de dirigentes árabes que gobernaron las últimas décadas sus países como cotos particulares, y Libia, a pesar de ser el país menos poblado de África, es el más rico. Gadafi ha robado los sueños del pueblo libio, ganando su autoridad con la opresión, la plusvalía de sus trabajadores y la riqueza de sus recursos naturales. Por esto ha llegado a su fin este reinado de terror y sangre.
Porque Libia era Gadafi y sus hijos. Al Ejército lo anuló para convertirlo en una fuerza de protección personal, y el resto era un régimen sin Estado, sin estructuras o instituciones, despojado de todas sus capacidades humanas, al que cambiar por capricho su bandera, su moneda, su himno, sus libros y su historia, Por eso, cuando el pueblo se levantó y Gadafi miró a su alrededor, solo vio ratas y drogadictos, y, como un nuevo Nerón que quemara su país, usó indiscriminadamente la aviación militar y los tanques y los mercenarios contra su pueblo para hacer frente a las demandas de libertad de un movimiento popular que empezó el 17 de febrero de forma pacífica.
Libia ha entrado definitivamente en la etapa pos-Gadafi, quien ha perdido la confrontación militar en el interior y la batalla diplomática en el exterior. Lo que se deja atrás serán las historias acerca de cómo se desperdiciaron miles de millones de dólares en guerras ficticias en todo el mundo, o el saqueo sistemático de las riquezas de su país, la corrupción de su entorno, su libro verde, su jaima, la memoria de sus anécdotas ridículas y sus nefastos recuerdos.
Los jóvenes libios han demostrado que ya no están dispuestos a perder el presente y menos el futuro, y reclaman ser socios en las decisiones que marcan su vida Después de cuatro décadas miserables, ha llegado el momento para que se disfrute de la paz, la libertad y de una vida digna.
Cada etapa llega a su final, no importa la duración o el tiempo de espera, y el pueblo siempre impone su voluntad porque está vivo y se rebela. Ya nadie le puede obligar a volver a los brazos del tirano, su ilusión es más fuerte,
La visión del futuro será determinante. El mapa de ruta elaborado por el Consejo Nacional de Transición tendrá que dar lugar a elecciones democráticas. Con excepción de algunos incidentes misteriosos, como el asesinato del general Abdul Fatah Yunis, los revolucionarios han mostrado un alto nivel de madurez, ya sea en las operaciones militares o en el campo político. Esto aumenta la posibilidad de ver una transición pacífica hacia un Estado civil, democrático y pluralista,
Al consejo Nacional de Transición le toca cerrar este capítulo negro de la historia, evitar luchas internas, comenzar el viaje hacia una nueva Libia lejos de las locuras y ajustes de cuentas, y que la justicia actúe y juzgue para preservar la libertad, la dignidad y los derechos. Debe ser consciente y vigilante de los extremistas oportunistas e hipócritas. Debe asumir la responsabilidad de su propio futuro, apostar por fórmulas que mantengan lazos muy estrechos entre todos los componentes en un nuevo marco que garantice un reparto equitativo de la riqueza y del poder, que luche contra la pobreza y el sectarismo y, en definitiva, crear un nuevo sistema de relaciones donde se encuentren cómodos todos los que forman esta nueva Libia.
Y queda la esperanza de que ni en Libia ni en otros lugares el petróleo vuelva a ser más caro que la sangre. Hoy, solo hay una tarea que el mundo puede ofrecer a los libios: ayudarles a completar su revolución para avanzar hacia el futuro. Porque los libios lo han ganado pagando un alto precio por su libertad.
El Periódico de Catalunya, Opinión, Jueves, 8 de Septiembre de 2011
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