Las llamas del fuego Libio están cruzando sus fronteras. Será difícil para Europa y el norte de África vivir mucho tiempo con esto. Estamos en el borde de una primitiva guerra civil tribal en la que intervienen organizaciones extremistas sofisticadas.
Con dos parlamentos, dos gobiernos, dos ejércitos, dos visiones opuestas, Libia es un país desgarrado por episodios de la lucha por el poder entre muy diversas facciones y milicias, o entre regiones y tribus, alimentada por la polarización regional. Sin una urgente cooperación regional e internacional, y sobre todo entre Egipto, Arabia Saudí, Argelia, Qatar, EEUU y Europa, es probable que se llegue a la desintegración y el colapso. Es imprescindible el consenso, no solo para evitar una despiadada guerra civil, en la puerta sur de Europa, sino para luchar contra las organizaciones extremistas como Daesh que asesinó a 21 egipcios, en una escena macabra, una señal inequívoca de alarma y del peligro de la propagación de la crisis a sus vecinos. Un nuevo frente se ha abierto en el Mediterráneo.
No es extraño que Libia sea insegura y caótica. Debe reanudar su historia, interrumpida por Gadafi, que dejó tras de sí su legado. Un régimen totalitario que durante cuatro décadas dejó el país desprovisto de cualquier funcionamiento de instituciones de Estado. De ahí la lucha y el despertar de las identidades. Libia es una nación profundamente dividida. Sus identidades étnicas son complejas, con más de 140 grupos tribales y tres principales regiones enfrentadas: Cirenaica en el este, Tripolitana en el oeste y Fezzan en el sur. Además, la fuerzas que participaron en el derrocamiento del régimen tienen ideologías enfrentadas, desde la visión de futuro ultraliberal hasta el fundamentalismo extremo.
Sobre el terreno, la situación es impredecible. Unos 231.000 milicianos deambulan por calles y desiertos imponiendo su ley. Es preciso desarmarlos o integrarlos en un nuevo Ejército, la policía u otras instituciones legitimas. Los retos son enormes para establecer un sistema democrático. Restaurar el orden y la unificación pasarán por impulsar el crecimiento, recuperar el sector de la energía (clave en la economía), rescatar los 700.000 millones de activos estimados repartidos por 45 países e iniciar la reconstrucción.
Los libios deben hallar ahora la manera de consensuar y definir un nuevo sistema coherente, por encima de las identidades y las luchas ancestrales. Un marco equilibrado que debería tratar de unir el este y el oeste, es decir Trípoli y Bengasi, y que creara una identidad nacional y estructuras representativas donde se encuentren cómodas las diversas partes del país. Aunque el federalismo es temido y podría conducir a la ruptura. A Libia se le amontonan los problemas, y necesita apoyo internacional para atajar la violencia desenfrenada, restaurar la seguridad y disolver las milicias, y ante todo, es prioridad para la vecina Europa por tres razones de peso: el petróleo, el terror extremista y la inmigración.
El momento es crítico antes de que el fuego se extienda. Egipto y Argelia, los dos importantes Estados árabes fronterizos, deben jugar un rol para impulsar una reconciliación nacional y ayudar en la lucha contra las corrientes extremistas. Ahora existe un adversario común.
Y la UE debe decidir su papel en el ámbito internacional y los intereses de Europa. Puede posicionarse como un jugador, o ser un mero socio financiero o un apéndice de otras potencias. Europa es el vecino y aliado natural de esta región, además de intervenir por razones históricas, geográficas, económicas y debe apoyar las aspiraciones de democracia y libertad. La fuerte interdependencia y los múltiples canales de transmisión son evidentes, no implicarse será peligroso y el coste demasiado elevado.
La intervención militar de la OTAN en el 2011 no logró impulsar una transición hacia una democracia inclusiva. Cualquier acción presente o futura, debe formar parte de un plan coherente y de enfoque global, que tenga en cuenta las aspiraciones legítimos de todos los libios, la única solución racional al conflicto, De lo contrario, el enfrentamiento seguirá y su radiación se extenderá con más muertes y tragedias.
El levantamiento en Libia fue por la cuestión de la libertad, no solo por el dinero del petróleo. La pregunta es si se puede llegar a un Estado democrático financiado por las exportaciones de petróleo y que distribuya esa riqueza entre sus ciudadanos. La respuesta por experiencias de otros países parecidos es negativa. Los libios han demostrado que están dispuestos a sacrificar lo más valioso, su vida, con el fin de obtener su libertad y decidir su destino Ya es la hora que disfruten pacíficamente de esta libertad y de una vida digna.
Con dos parlamentos, dos gobiernos, dos ejércitos, dos visiones opuestas, Libia es un país desgarrado por episodios de la lucha por el poder entre muy diversas facciones y milicias, o entre regiones y tribus, alimentada por la polarización regional. Sin una urgente cooperación regional e internacional, y sobre todo entre Egipto, Arabia Saudí, Argelia, Qatar, EEUU y Europa, es probable que se llegue a la desintegración y el colapso. Es imprescindible el consenso, no solo para evitar una despiadada guerra civil, en la puerta sur de Europa, sino para luchar contra las organizaciones extremistas como Daesh que asesinó a 21 egipcios, en una escena macabra, una señal inequívoca de alarma y del peligro de la propagación de la crisis a sus vecinos. Un nuevo frente se ha abierto en el Mediterráneo.
No es extraño que Libia sea insegura y caótica. Debe reanudar su historia, interrumpida por Gadafi, que dejó tras de sí su legado. Un régimen totalitario que durante cuatro décadas dejó el país desprovisto de cualquier funcionamiento de instituciones de Estado. De ahí la lucha y el despertar de las identidades. Libia es una nación profundamente dividida. Sus identidades étnicas son complejas, con más de 140 grupos tribales y tres principales regiones enfrentadas: Cirenaica en el este, Tripolitana en el oeste y Fezzan en el sur. Además, la fuerzas que participaron en el derrocamiento del régimen tienen ideologías enfrentadas, desde la visión de futuro ultraliberal hasta el fundamentalismo extremo.
Sobre el terreno, la situación es impredecible. Unos 231.000 milicianos deambulan por calles y desiertos imponiendo su ley. Es preciso desarmarlos o integrarlos en un nuevo Ejército, la policía u otras instituciones legitimas. Los retos son enormes para establecer un sistema democrático. Restaurar el orden y la unificación pasarán por impulsar el crecimiento, recuperar el sector de la energía (clave en la economía), rescatar los 700.000 millones de activos estimados repartidos por 45 países e iniciar la reconstrucción.
Los libios deben hallar ahora la manera de consensuar y definir un nuevo sistema coherente, por encima de las identidades y las luchas ancestrales. Un marco equilibrado que debería tratar de unir el este y el oeste, es decir Trípoli y Bengasi, y que creara una identidad nacional y estructuras representativas donde se encuentren cómodas las diversas partes del país. Aunque el federalismo es temido y podría conducir a la ruptura. A Libia se le amontonan los problemas, y necesita apoyo internacional para atajar la violencia desenfrenada, restaurar la seguridad y disolver las milicias, y ante todo, es prioridad para la vecina Europa por tres razones de peso: el petróleo, el terror extremista y la inmigración.
El momento es crítico antes de que el fuego se extienda. Egipto y Argelia, los dos importantes Estados árabes fronterizos, deben jugar un rol para impulsar una reconciliación nacional y ayudar en la lucha contra las corrientes extremistas. Ahora existe un adversario común.
Y la UE debe decidir su papel en el ámbito internacional y los intereses de Europa. Puede posicionarse como un jugador, o ser un mero socio financiero o un apéndice de otras potencias. Europa es el vecino y aliado natural de esta región, además de intervenir por razones históricas, geográficas, económicas y debe apoyar las aspiraciones de democracia y libertad. La fuerte interdependencia y los múltiples canales de transmisión son evidentes, no implicarse será peligroso y el coste demasiado elevado.
La intervención militar de la OTAN en el 2011 no logró impulsar una transición hacia una democracia inclusiva. Cualquier acción presente o futura, debe formar parte de un plan coherente y de enfoque global, que tenga en cuenta las aspiraciones legítimos de todos los libios, la única solución racional al conflicto, De lo contrario, el enfrentamiento seguirá y su radiación se extenderá con más muertes y tragedias.
El levantamiento en Libia fue por la cuestión de la libertad, no solo por el dinero del petróleo. La pregunta es si se puede llegar a un Estado democrático financiado por las exportaciones de petróleo y que distribuya esa riqueza entre sus ciudadanos. La respuesta por experiencias de otros países parecidos es negativa. Los libios han demostrado que están dispuestos a sacrificar lo más valioso, su vida, con el fin de obtener su libertad y decidir su destino Ya es la hora que disfruten pacíficamente de esta libertad y de una vida digna.
El Periódico de catalunya, Opinión, Pag. 8, Jueves, 19 de Marzo de 2015
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