El compromiso del Gobierno egipcio de ampliar el círculo de la participación política, garantizar la celebración de elecciones libres y transparentes, que los resultados expresen la voluntad de los votantes y, en particular, facilitar la labor de las organizaciones de la sociedad civil para supervisarlas no se ha cumplido. En realidad, se han confirmado las dudas de las fuerzas de la oposición y de las organizaciones de derechos humanos sobre la imparcialidad de las elecciones legislativas celebradas el día 5, lo que genera las dudas lógicas sobre los resultados y su legitimidad: caldo de cultivo para futuras crisis. Así, el Partido Nacional Democrático se medirá en la calle con los grupos radicales al haber vaciado de oposición el nuevo Parlamento.
Tal vez lo que puede definir mejor estas elecciones es que eran previsibles, ya que todos sabían quién sería el ganador a pesar de la miopía de manipular los resultados para ganar la mayoría abrumadora de votos y casi el 90% de las actas.
La señal que se dio desde Egipto es que el progreso democrático es completamente reversible y que una apertura política en el mayor país árabe no es más que un movimiento táctico diseñado para contentar a los grandes actores internacionales que a pesar de todo siguen apostando por la continuidad del régimen de Hosni Mubarak, y protegerlo de cualquier caída a cualquier precio, incluso si la alternativa es la manipulación descarada de las elecciones parlamentarias.
Es posible encontrar la respuesta a esta situación en las elecciones presidenciales previstas para septiembre del 2011, ya que el Parlamento debería elegir por primera vez un presidente: hasta el momento era elegido por referéndum popular, lo que explica la reacción del partido en el poder de asegurar el control absoluto del Parlamento en unas elección de trámite antes de la gran batalla. Eso podría ser un indicio más de que el presidente buscará un sexto mandato consecutivo. Por tanto, las previsiones que apuntaban a su hijo Gamal Mubarak como heredero y los rumores de que el régimen lleva años preparando el terreno para esta transición en el poder solo han sido tanteos. Esta opción no está todavía consolidada ya que de momento no cuenta con apoyo suficiente de la calle , del Ejército y del partido. Como la sucesión aún no ha sido resuelta, la opción más segura es un nuevo mandato de Mubarak si su salud y edad se lo permiten, aunque un tándem formado por el poderoso jefe de los servicios de espionaje y seguridad, Omar Suleiman, y Gamal Mubarak podría ser una opción alternativa y de consenso.
El ámbito de los partidos de la oposición no pinta mejor, ya que en unas hipotéticas elecciones limpias tampoco hubieran representado una alternativa de Gobierno. Están divididos tanto los que se presentaron y luego boicotearon las elecciones como los que las boicotearon desde el principio, como el movimiento de El Baradei que levantó tanto entusiasmo hace unos meses pero que ha desaparecido de la escena. Ahora está casi huérfano y su capacidad para liderar toda la oposición unida es un sueño lejano ya que choca con los dos partidos mayoritarios, el liberal El Wafd y los Hermanos Musulmanes, el mayor partido organizado que no ve espacios comunes con un ElBaradei laico y ausente durante muchos años de la realidad nacional. Ellos creen que el modelo turco del partido de Erdogan es el camino a seguir, pero olvidan que la experiencia turca nada tiene que ver con Egipto, donde el mapa político está muy fraccionado y las tensiones religiosas no paran de aumentar.
Mientras tanto, los ciudadanos de a pie no muestran interés. Hay crisis de confianza y credibilidad, la brecha entre la mayoría de la población y los partidos políticos sigue siendo muy amplia y el proceso electoral es ignorado por una población que no considera que la convocatoria de unas elecciones vaya a suponer una mejora sustancial en sus vidas ya que sus votos no tendrían ningún impacto, a pesar de la progapanda. Solo uno de cada cinco egipcios fue a votar. Los ciudadanos se muestran apáticos ante esta especie de reality show televisivo de los partidos, mientras para ellos su gran preocupación es satisfacer las necesidades básicas diarias. Parece como si la mayoría silenciosa de los ciudadanos se haya convertido en un pueblo sin expectativas y resignado, como si la miseria se hubiera convertido en sinónimo de su vida cotidiana.
Este puede ser el caldo de cultivo que dé alas a los radicales que, como siempre, utilizarán la desesperación de un pueblo que cree no tener futuro para despertar este gigante dormido y conquistar en la calle lo que no consiguieron aquellos que creyeron en el proceso democrático y que una transición y las urnas permitirían hacer oír la voz de los ciudadanos y mejorar las condiciones de vida de los desesperados. Parece que el cambio, de momento, es un sueño que deberá esperar. El otoño tardará en alumbrar la primavera egipcia.
El Periódico, 13 Diciembre 2010
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