Parece que el tren de las revueltas populares sigue su marcha y los impactos de Túnez y Egipto empiezan a tener efecto en toda la región. En el caso de Yemen, a pesar de muchas similitudes con la situación en los casos anteriores como la corrupción, la tiranía y el rechazo popular, sobre todo entre los jóvenes, la diferencia es que se enfrenta con dos opciones: un cambio real por medios pacíficos o la guerra civil.
El presidente yemení, Alí Abdulá Saleh, en un intento de adelantarse a lo que le pueda pasar, ha anunciado una series de medidas como no presentarse a un nuevo mandato y que su hijo no va a heredar el sillón, así como una serie de reformas constitucionales en un intento de hacer concesiones a las demandas de la calle y de la oposición, pero estas promesas, debido a la falta de confianza en el presidente y su régimen, se antojan increíbles y parecen más una maniobra de Saleh, que juega sus cartas para prolongar la agonía y mantenerse en el poder. Pero todo indica que su etapa llegó a su fin y son tiempos de cambio .
La realidad del país es compleja, especialmente por la estructura tribal y la proliferación de las armas, así como por la presencia de movimientos rebeldes, además de la presencia de Al Qaeda. La realidad muestra que Yemen se está convirtiendo en un santuario seguro para los miembros de esta organización. El país camina hacia la inestabilidad y podría convertirse en una amenaza. Una maraña de problemas de seguridad, políticos y económicos pueden hundir al hermano más pobre del mundo árabe, que necesita toda la ayuda que pueda conseguir. Pero esta cooperación no debe centrarse, como se viene haciendo, en el campo militar, para hacer frente al terrorismo, sino que se deben abordar otras cuestiones.
La historia de Yemen es la de una tierra con muchos retos que debe enfrentarse desde hace más de 24 años a múltiples crisis que han mermado el poder del Estado y su capacidad para ejercer la autoridad en todo el territorio, y le han impedido prestar atención a las necesidades más urgentes y básicas de la población. El sentimiento secesionista que crece en el sur y la guerra intermitente con la tribu chií de los Houtis, en el norte, dibujan un panorama complicado y explosivo en una zona estratégica para la economía mundial: el estrecho de Bab el Mandeb -comunica el mar Rojo y el océano Índico- es una ruta internacional clave para el comercio y el transporte de petróleo.
La seguridad es el factor clave, pero el futuro del país debe superar una vertiginosa crisis económica forzada por la disminución de la producción de petróleo, que representa el 76 % de los ingresos, y la devaluación del riyal. Las deudas van en aumento, las reservas del banco central son insuficientes y solo pueden cubrir siete meses de importaciones, el nivel más bajo de la historia. Un número creciente de familias yemenís lucha para hacer frente a un aumento del coste de la vida, especialmente del alto precio que alcanzan los alimentos básicos importados, que se suma al descontento social y la sensación de frustración con el poder. De sus 23 millones de habitantes, el 65% tienen menos de 25 años y el desempleo llega al 40%. El 50% de la población vive en el umbral de la pobreza, con una corrupción generalizada; es el país número 18 entre 177 por el índice de violencia y el 141 -con la escala invertida- por el índice de corrupción.
La comunidad internacional debe poner en la agenda a Yemen como máxima prioridad. Y presionar a su régimen para que busque una salida negociada para desactivar las causas del conflicto y llegar al fondo de los problemas que han alimentado esta situación explosiva. La carrera contra reloj ha empezado y hay que buscar soluciones eficaces. La seguridad y la economía están interrelacionadas, y si las arcas están vacías, la situación de la seguridad se deteriorará aún más. Ninguna de las batallas será fácil de ganar.
Nadie apuesta por la capacidad del presidente actual para evitar el caos que él mismo provocó. La oposición y los movimientos civiles y populares tienen que actuar presentando una alternativa para un cambio real, pacífico, que permita implicar a todos en una fórmula que sirva para encajar y unificar a todos bajo el mismo cielo, y que sea capaz de dar respuestas a este panorama de marginaciones, donde millones de jóvenes viven sin horizonte. Se deben abordar las cuestiones económicas, las reformas democráticas pendientes y los derechos humanos y de las minorías, cuyo sentimiento de agravio ha conducido a la radicalización de una parte de la población.
El levantamiento popular en un Estado débil puede convertir en realidad una guerra civil que afectaría a la seguridad del Golfo, el suministro del petróleo y la economía internacional. Sin una actuación internacional urgente, Yemen camina hacia la ingobernabilidad y la inestabilidad que amenazan su unidad y pueden convertirlo en una plataforma para Al Qaeda en un país dividido como Somalia.
El Periódico de Catalunya, 22 Febrero 2011
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