Al final los iraquís pudieron elegir, en voz alta, y después de pasar por décadas de silencio. Las elecciones legislativas, celebradas el 7 de marzo, representan un gran paso en la recién estrenada democracia iraquí. Un hecho que no puede dejar de lado el salto histórico que marca esta incipiente aventura que está a años luz de un pasado no muy lejano, en el que las elecciones siempre se ganaban con el 100% del apoyo popular y un único candidato. La carrera ha resultado una lucha feroz para entrar en el nuevo Parlamento. Seguramente, el deseo de cambio ayudará a consolidar la primeriza experiencia. La población está harta de 31 años de guerras. Deseosa de vivir como otros pueblos, espera que los partidos políticos estén a la altura de saber transformar estos anhelos.
La participación, en estos comicios, de la mayoría de las tendencias religiosas iraquís, sin que se produjera el boicot de ninguna de las grandes comunidades que construyen el mosaico de este país –salvo la prohibición de los simpatizantes del Al Qaeda o los restos del Baaz–, demuestra la importancia de estas elecciones.
La participación, en estos comicios, de la mayoría de las tendencias religiosas iraquís, sin que se produjera el boicot de ninguna de las grandes comunidades que construyen el mosaico de este país –salvo la prohibición de los simpatizantes del Al Qaeda o los restos del Baaz–, demuestra la importancia de estas elecciones.
Además, la obligación de presentar una lista nacional en todo el territorio, excepto en el norte, ha supuesto una ardua lucha. Los resultados confirman la dura batalla entre las dos coaliciones mayoritarias y el triunfo, por estrecho margen, de la lista liderada por el exprimer ministro Alaui, sobre la del imperio de la ley del primer ministro Maliki. La tercera lista en liza, la Alianza Nacional Iraquí de Jaafari, aparece como la bisagra que podría determinar el color del futuro Gobierno. Mientras, en el norte, en la región autónoma del Kurdistán, la alianza entre los dos partidos históricos de Barzani y Talabani ha asegurado la mayoría absoluta.
La coincidencia de estas históricas elecciones con la primera retirada programada de las tropas estadounidenses, en aplicación del acuerdo de seguridad firmado por el Gobierno de Maliki y la Administración de Obama –este último, en cumplimiento de su promesa electoral de una retirada gradual de sus tropas–, está imponiendo un cambio en la escena política interna. Así, desaparece un factor de división importante después de siete años de ocupación militar. Esto cambiará las estrategias de los partidos y las alianzas, y pondrá a prueba el futuro Gobierno que surgirá de las urnas, su capacidad para asumir la seguridad del país y la protección de su población, de impulsar la reconciliación y la coexistencia pacífica, la reforma constitucional y la eliminación de los males endémicos: la corrupción, la represión por motivos étnicos, sectarios o religiosos.
El problema de los iraquís es la balcanización de su sistema político, y las relaciones de seguidismo que algunos partidos políticos importantes tienen con el exterior, lo que podría presagiar dificultades para formar gobierno, complejas negociaciones con un mosaico de partidos y tendencias donde se mezclan las diferencias étnicas, las nacionalistas o sectarias. Cada uno de estos poderes intentará conseguir más cuotas de poder. Un Gobierno de unidad nacional sería la opción factible y de autoridad.
Otros de los retos del nuevo Gobierno será la partición de los ingresos del petróleo, la situación de la ciudad de Kirkuk, pero sobre todo cómo gestionar y equilibrar la influencia regional o la relación futura con los países vecinos: el papel de Irán y su impacto en la comunidad chií de Irak –más del 60% de la población–, recuperar las relaciones con Arabia Saudí – el gran vecino árabe–, las relaciones con Siria y tranquilizar a Turquía por la infiltración de la guerrilla kurda. Tareas complicadas, pero también muy presentes, que el futuro Gobierno surgido de esta contienda debería gestionar.
La economía será otra asignatura pendiente. Una economía que sufre las consecuencias de la guerra: centenares de miles de muertos y la sangría de 6 millones de iraquís exiliados, de los 26 millones de habitantes, de los que el 42% tienen menos de 14 años.
El sector energético es un pilar básico. Representa el 47% del PIB e Irak posee el 11 % de las reservas mundiales. Así, el futuro del país dependerá, en gran medida, del precio del petróleo y de su capacidad de producción. Si se cumplen sus objetivos de producción, Irak pasará de los de 2,3 millones de barriles diarios actuales a 7 millones en el 2015 y 12 millones en el 2020. La próxima década promete un cambio radical en la dinámica de la región. Si Irak se convierte en un poder económico y político importante –lo que podría representar un reto no solo para Irán, sino para Arabia Saudí, mayor productor de petróleo del mundo– podría llegar a constituir el poder político predominante en el Golfo.
Al margen de tales previsiones y frente a la incertidumbre que originan las elecciones, lo esencial es volver a lanzar Irak como el mejor instrumento para impulsar la paz y la estabilidad regional. Y lo fundamental, que el cambio que el pueblo iraquí reclama no tarde en llegar.
El Periódico, Lunes 5 abril de 2010
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